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Gerardo, 49 y.o.

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En Honor a las Buenas Mujeres y al Verdadero Matrimonio (Tercera y última parte).

Si tienes a tu lado a una buena mujer, tradicional; tienes que sentirte agradecido con Dios y con la vida.

EL PRINCIPIO ACTIVO (MASCULINO)

El principio masculino es el principio de Dios Padre: Energía, forma y dirección. Las mujeres tienden a buscar hombres mayores que ellas, ¿por qué? Porque ellas quieren que su esposo sea como fue, o debería haber sido, su propio papá: fuerte, capaz, confiable, protector y atento. Ante todo ellas buscan seguridad física y emocional, y se sienten más seguras cuando están con un hombre leal y amoroso. La esencia de la masculinidad es la fortaleza. Si él es débil de carácter, si carece de confianza, debe ganarla poniéndose metas y lográndolas.



Un hombre tiene que prepararse para este rol; necesita tener una clara visión de lo que debe hacer con su vida, requiere saber para qué vino al mundo. El trabajo de un hombre debe ser su prioridad y su fuente de desafío y auto-confianza. En contraste, una mujer no encuentra el significado de su vida en una carrera profesional ni descansan sus máximas aspiraciones en dicha realización. Para ella la carrera es secundaria frente a la necesidad de ser amada y solicitada, frente a la insustituible prioridad de dar vida, de ser madre. Y quien no crea lo que expreso, pregunte a una mujer “exitosa” profesionalmente, que para obtener ese éxito allá dejado correr los mejores años de su vida sacrificando su maternidad; pregúntese a esa dama si es feliz y se siente realizada plenamente.

Un hombre debe saber cuál es el rol que su esposa deberá desempeñar. Por desgracia el hombre usualmente escoge en base a la atracción sexual, pero debería apreciar primero las virtudes teologales de su futura pareja, su honor y la ternura de su corazón, después su inteligencia, dotes físicas y hasta su sentido del humor. No debemos olvidar que con esas cualidades ella formará en gran parte a nuestros hijos, física y moralmente; con esas virtudes como herramientas, educará a futuros hombres y mujeres de bien, más aún, a los futuros pobladores del reino celestial. Finalmente con ellas dará solidez y permanencia a nuestra institución familiar. Debemos entonces pensar a largo plazo, no solo con la mente puesta en el placer físico, efímero y fugas; necesitamos una mujer noble, una madre excelente, una esposa que sea llevadera, fácil de vivir en el día a día. No se satisface el intelecto ni el espíritu con elementos carnales, no somos bestias, somos seres racionales, y lo creamos o no, habremos de dar cuentas al Creador por las consecuencias de cada uno de nuestros actos.

Un hombre debe pensar en convertirse en padre y asumir la responsabilidad que eso conlleva. No solo debe de proveer para su descendencia, sino ante todo enseñarles cómo ser personas decentes. Él está creando en conjunción con su esposa, un nuevo mundo en cada nuevo ente que su familia engendra.

El matrimonio es acerca de la dependencia, no de la independencia. Es cuestión de unión no de separación; se trata de la unión vitalicia de dos personas convirtiéndose en una sola. Si una mujer no puede confiar con su vida en un hombre, ella no lo ama y no debería casarse con él. Una unión exitosa es la única cosa que satisface el hambre espiritual subyacente al impulso sexual y previene que degenere éste, en vil lujuria.

Esto es en esencia el contrato heterosexual. Un hombre no puede amar a una mujer si él no tiene el poder para protegerla, tanto a ella como a su descendencia. Además de protegerla debe ser leal y mostrarle a ella cada día cuánto la aprecia.

Una creatura con dos cabezas es un monstruo. Una familia con dos cabezas irá en dos direcciones. El hombre es la cabeza; la mujer es el corazón, y ambos órganos son imprescindibles e insustituibles para la existencia de un matrimonio, para la realización de una buena familia. (Ef. 5:22-23).

La vasta mayoría de personas descubren su identidad y valores en la familia. Destruye a la familia y destruirás a los individuos. La institución familiar está siendo atacada por diferentes flancos, entre otros, el feminismo. Se nos ha lavado el cerebro. Actualmente nadie tiene problema con tratar a las mujeres como si fueran hombres. El modernismo retrata a la heterosexualidad como una patología y discrimina contra los hombres. Se promueve el divorcio, las relaciones informales y hasta la homosexualidad; estas relaciones se caracterizan comúnmente con una obsesión por el sexo y la promiscuidad. El sexo se convierte en un sustituto para el amor. ¿Acaso no describe esto a nuestra sociedad actual?

Los homosexuales generalmente tienen sexo pero no familias ni hijos. La modernidad busca que tengamos menos hijos, y de hecho, la tasa de natalidad ha descendido desde 1960.

La élite ideológica global no teme a los homosexuales, ni a las madres solteras o a los niños. Ellos tienen un profundo temor de los orgullosos hombres que tienen familias que proteger. Temen a esas sacrificadas madres, como las que dieron su vida en otras generaciones, por el bien y el honor de sus familias. Temen a familias bien constituidas porque son la contradicción “viva” de sus falsos y perversos postulados. Eso es lo que está detrás de la degradación actual de la sociedad.

Una creatura con dos cabezas es un monstruo. Una familia con dos cabezas irá en dos direcciones. El hombre es la cabeza; la mujer es el corazón, y ambos órganos son imprescindibles e insustituibles para la existencia de un matrimonio, para la realización de una buena familia. (Ef. 5:22-23).

Podemos luchar contra todas las falacias de la modernidad, teniendo familias instituidas en Dios y dirigidas por la autoridad de un padre masculino y protector, unidas en el corazón de una Madre honorable, tierna, noble y cariñosa. Si ambos son firmes y constantes, si se apoyan en la gracia de Dios y no solo en sus propias fuerzas, llegarán a tener un matrimonio solido y vitalicio. Ambos se complementarán y sus frutos serán dignos hijos formados en el amor verdadero y edificados por una enorme gama de buenos ejemplos.

CONCLUSIÓN:

A una mujer así, como las que todavía se pueden encontrar, el hombre no tiene otra opción más que amarla, amarla de verdad, con toda el alma. Ella comete el crimen imperdonable de ser demasiado buena para él; y por eso él tiene que estar agradecido con Dios y con la vida, pues le ha sido confiado un tesoro inmerecido e invaluable del que se le pedirán bastas y minuciosas cuentas. Quien ha sido favorecido con una mujer como la que he descrito, debe velar cada día por conservar ese eximio y egregio amor; debe velar por proteger a su familia, de ser necesario, con su propia vida.

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